23/9/01

España: No quiero volver a ser jurado. Una de las nueve personas que condenaron a Dolores Vázquez desvela la tensión vivida durante las deliberaciones

Por Aníbal C. Malbar

Jurado Anónimo
 
 Extractos:
 
Claro que tenemos miedo de habernos equivocado, pero también teníamos muy claro que nos habían puesto allí sin elegirlo. La noche después de la votación estaba muy intranquila, te da cosa. Yo he votado lo que creo, y no tengo remordimientos. Otra cosa no podía hacer. Pero, aunque tengas el convencimiento de que alguien es culpable, no es agradable que una decisión tuya mande a una persona a la cárcel».

Quien habla es una de las nueve personas que declaró culpable a Dolores Vázquez en el juicio por la muerte de Rocío Wanninkhof. El cuerpo de esta joven de 19 años fue encontrado cerca de Marbella después de que fuera asesinada en Mijas el 9 de octubre de 1999.

La ahora culpable había mantenido una relación afectiva y sexual prolongada con la madre de la víctima. De hecho, «formaban una familia», según coincidieron al definir su convivencia la hermana de la muerta, su madre y la acusada durante el juicio. El móvil, por los pelos: Rocío había sido la causa de la ruptura sentimental entre su madre y la acusada. Pruebas de cargo, ninguna.

«Creo que sí, que se hizo justicia», titubea este miembro del jurado. ¿Había pruebas concluyentes? «Sí, aunque no puedo decir mucho... No somos expertos. Una prueba definitiva no la había. Lo que sí teníamos era muchísimos indicios».

Cualquiera puede recibir un día una citación para presentarse como jurado en la Audiencia Provincial del lugar donde resida. Un papel especifica arriba de qué proceso se trata. En este caso, el interés mediático que despertó la desaparición de Rocío hacía inevitable el conocimiento previo de parte de los hechos por los candidatos a sentarse en los bancos del tribunal popular.


«Sabía algo del caso, pero mucha idea no tenía. Tampoco me influyó ninguna intuición sobre si la acusada era culpable o inocente». Los homicidios, por ley, han de ser dirimidos por un jurado. Después la acusación y la defensa hacen una selección entre 35 candidatos hasta elegir a nueve. «En principio, no me importaba ser jurado, pero tampoco tenía demasiada información sobre lo que significa serlo. Me gustaba la posibilidad de ver un jurado por dentro.

«SIN PREJUICIOS»


La defensa de Dolores Vázquez se había quejado de que en un caso tan sonado, y con el morbo de la relación lésbica como componente más llamativo, la «contaminación» del jurado era inevitable. Sin embargo, este miembro del tribunal considera que no se dio el caso: «No observé prejuicios en la gente.


Además, como en el juicio se habló muy abiertamente de todo el tema sexual, yo creo que se iba asumiendo con naturalidad la relación entre las dos mujeres. Ten en cuenta que éramos gente muy joven, y eso también influye. Entre nosotros hablábamos con normalidad, no se escondía nada ni se disfrazaba nada».

Sin embargo, durante la vista sí hubo preguntas morbosas por parte del jurado, indagaciones que no venían mucho al caso, como si la acusada tenía cierta dependencia a utilizar las líneas 906 de contactos eróticos o por qué se sentía especialmente atraída por las ciencias ocultas.


También se demandaron opiniones subjetivas sobre lo que cada una de las implicadas pensaba de las demás mujeres. La defensa protestó: aquél empezaba a parecerse a un proceso por un delito de violencia doméstica y no por asesinato. «Yo era una de las personas que insistía para que las preguntas del jurado fueran consensuadas. Porque vaya gambas se metieron. Creo que había algunos que preguntaban sólo para demostrar que estaban atentos», responde este jurado a la acusación de subjetividad.

Sin embargo, defiende la dedicación de los nueve que dictaminaron, por siete votos a dos, que Dolores Vázquez había asesinado a Rocío Wanninkhof. «Seguro, seguro que nadie actuó por prejuicios o por influencia de nadie. Dejamos de lado todo lo que habíamos escuchado previamente sobre el caso, y después nos fuimos haciendo una idea. Discutíamos continuamente y repasábamos cada día los testimonios para ver qué sacábamos en claro y qué declaraciones nos daban más fiabilidad. A la hora de votar, pienso que todo el mundo lo tenía muy claro. De hecho, después de todas las deliberaciones, fue sorprendente ver cómo varias personas votaban de forma distinta a como parecía que pensaban».

La expectación creada alrededor del caso no favoreció en absoluto el trabajo del jurado. Cada día, la sala de la Audiencia de Málaga estaba abarrotada de curiosos y periodistas. En el exterior, las cámaras aguardaban para conseguir el corte de cada día. «De todas formas, no hubo nada que tendiera a influirnos. Lo que hicimos fue desconectar bastante de todo lo que no sucediera en la sala. A medida que pasaban los días, nos dábamos cuenta de que era un tema muy serio y de que exigía mucha responsabilidad. Eso ayuda mucho».

Sin embargo, reconoce que cierta extrañeza escénica influye en cualquier persona que se tenga que sentar en un tribunal popular para dirimir un caso de homicidio. Hay un acusado y una ausencia, la de la víctima. Las declaraciones de los peritos desgranan los pormenores del crimen con frialdad forense ante personas que no necesariamente tienen que estar familiarizadas con la muerte. Menos, con una muerte así. «Es verdad que puede cambiar la opinión que tengas de una persona por el hecho de que haya estado en la cárcel», dice.


Dolores Vázquez llevaba un año en prisión cuando se inició el proceso. Su detención, por anunciada, se convirtió en un reality show de guardias civiles, esposas y cámaras que ha visto todo el mundo repetida decenas de veces en televisión. Como muchos otros miembros del tribunal popular, este jurado confía en la Justicia española, pero se plantea la aporía: si la Justicia mantiene en prisión a la acusada, es porque encuentra indicios suficientes de culpabilidad; si el jurado confía en la Justicia, no puede abstraerse de este hecho. «Intentamos evitar que eso nos influyera mirando minuciosamente todas las declaraciones tomadas antes de la detención de la acusada», relata.

A medida que pasaban los días, las tensiones de los miembros del jurado se fueron acumulando. En principio no permanecieron aislados, pero rogaron a los letrados que filtraran que sí lo estaban para evitar la presión de los medios.


Los últimos tres días de aislamiento fueron, según cuenta, un martirio. «No es que estuviéramos mal, pero había algunas cosas que no nos gustaban. Por ejemplo, íbamos a pie desde la Audiencia al hotel custodiados por la Policía. La gente, claro, te miraba con curiosidad, y es muy incómodo. ¿Es qué no tienen para pagar un coche que nos lleve?».

SIN TELE NI PRENSA


En la habitación del hotel no había televisión. El aislamiento era total. Tampoco podían hablar con sus familias ni leer periódicos. Y el final del juicio se acercaba, y la responsabilidad sobre elegir el futuro de una persona se hacía cada vez más insoportable.


«Estábamos todos nerviosísimos. En conciencia, yo voté en lo que creía. Das tus motivos al resto del jurado. Lo analizas todo muy bien. Pero estás en tensión porque estás hablando sobre algo que crees, no que sabes. No somos ni psicólogos ni peritos, sino gente normal que tiene que decir lo que piensa sobre un asesinato. Es una decisión muy dura. Yo creo que deberían poner en el jurado a personas más preparadas. A ninguno de nosotros nos gustaría repetir».

La pareja de este miembro del jurado va más lejos: «Yo he sacado la conclusión de que hay que estar en contra del jurado popular. Es mucha presión para una persona que no tiene nada que ver con la Justicia. Debía ser algo vocacional. No cualquiera puede asumir la responsabilidad de mandar o no a alguien a la cárcel. Me parece un poco fuerte, ¿no?».

Añade, desde una profesión que lo mantiene en contacto estrecho con la vida judicial, «que la decisión que ha tomado el jurado es distinta de la que hubiera adoptado cualquier juez», aunque en ningún momento se plantea que su cónyuge «haya actuado de forma injusta». No conoce, ni se lo ha preguntado, el voto de su pareja. Tampoco, afirma, ha comentado el caso a fondo en la intimidad. «Algunas veces le he preguntado por curiosidad, y nunca me dijo nada a favor o en contra» de la acusada.

Salvo durante los tres últimos días de aislamiento, convivió con la creciente tensión de su pareja, cada vez más imbuida en el caso. «Ellos se lo tomaron con mucho interés, y creo que han intentado ser justos, pero pienso que una decisión así no debe ser asumida por personas sin formación», matiza.

Incluso, relata que el presidente de la sala, tras el veredicto, elogió la actuación del jurado y «les felicitó por haber sido "muy profesionales"». Una treintena de pruebas indiciarias han servido al jurado para dictaminar que Dolores Vázquez es culpable de asesinato. Puede ser condenada a 20 años de cárcel.
 
Nota del Editor: El caso Wanninkhof (al haber sido atrapado luego de la condena el verdadero autor del hecho) se ha erigido en el error judicial más resonante de la justicia española.
 
 
El Mundo - Crónica
Caso Rocío Wanninkhof
23 de septiembre de 2001

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